viernes, 27 de agosto de 2010

Como un pájaro...

Lo vi.
Solo.
Caminaba rápido con la cabeza hacia abajo, como tratando de ocultar su
belleza.
Siempre, caminó igual.
Una amiga decía, cada vez que Ignacio cruzaba la puerta del club, - " Es tan lindo que duele"-, a pesar de esconderse entre sus raquetas de tenis y su andar apresurado. Y yo, me quedaba sin aliento, -respondía entre palpitaciones, “Sí, sí es muy lindo”, “demasiado”-, decía.
Imposible ignorarlo, ojos verdes de gato, perfil romano, cuerpo torneado y fibroso como esculpido.
- “Demasiado” -, me repetía una y otra vez.
Calculo que en esos años de amistad intensa, época de la primera juventud, dónde ideales, calenturas e incipientes responsabilidades se juntan como un río de lava y por allí va uno entre tropiezos, Ignacio y yo nos deseamos.
Sin materializar vínculo amoroso alguno, los años, las distancias y los caminos nos unieron en algún lugarcito del arcón de los deseos frustrados.
Él era muy tímido, yo también, pero consciente de su ser sensible y entristecido, al que daban ganas de abrazarlo y cuidarlo como un pájaro en extinción.
Fui una de las pocas personas en tener acceso a su mundo interno, que expresaba con fuertes dibujos desde su más temprana edad.
Grata sorpresa me llevé al ver tanta profundidad en sus obras, dónde transitaba por el dolor de los esclavos luchando por la libertad o la desidia de trabajadores en huelga de hambre.
Eso me generaba respeto y un amor profundo hacia él, por ser un ser más precioso aún. Lamentablemente.
Ya de grandes, cada tanto nos vemos, siempre de casualidad.
Siempre solo.
Me cuenta de sus artes y de lo bien que le va, con la salvedad de lo difícil que le resulta sostener una pareja, y me digo: - “no es para menos”-, con un mundo tan profundo y ermitaño, en el que plantó bandera, ¿sentirá el exilio en otros brazos? ¿Podrá separar esa costilla de Adonis con mañas, neurosis y vicios?
No quiero recordarlo en desconsuelos ni miserias, prefiero que siga siendo un Quetzal,en mi memoria.
Ese pájaro bello y solitario, símbolo de la libertad, que habita en el Caribe, de largas plumas, colores brillantes, que muere si es atrapado. Que cruza la selva rápidamente entre la niebla y la espesura para volver a su nido, y que permanece en el onírico arcón de los deseos, aunque me repita siempre: - " demasiado!, " demasiado-