jueves, 14 de octubre de 2010

Lágrimas negras

Golpes bajos, lágrimas y brillos en un cumpleaños de 15.

“Gorda, Mario, mi compañero de trabajo, nos invita a la fiesta de 15 de su hija”, me dijo mi marido mientras se afeitaba.
“OK, ¡qué divertido!, ¿Cuándo es?”, pregunté.
“Este sábado”, me contestó.

Me produce mucha curiosidad el submundo de las quinceañeras. Esa impronta barroca dónde padres e hijas se transmutan en una especie de realeza prestada cuyo reino cae con los primeros acordes del " bombón asesino"
El día del evento, llegamos puntuales al salón de fiestas ubicado sobre calle Córdoba. No conocía a nadie, ni nadie me conocía, ni siquiera al empleado de mi marido. Lo que me daba cierta impunidad para mirar sin decoro a cuanto invitado cruzaba la recepción.
Chales, lentejuelas y trajes oscuros abundaban en la multitud familiar, dónde sobresalía una señora muy mayor en sillas de ruedas.
“ Gorda, te presentó a Roberto y a su señora Martita “, anunció mi marido mientras , daba mis primeros sorbos en la copa de champagne.
Nuestros anfitriones, encantadores, jóvenes y sonrientes, felices ante la convocatoria y a quienes, agradecí profundamente su generosidad por invitarnos.
Martita cordial y dicharachera me dedicó más de 20 minutos para hacerme sentir parte de su entorno.
“Ves esa abuelita es la Tía Berta, hermana de mi abuela”, me comentaba la anfitriona, mientras yo observaba a esa señora coqueta, con mochila de oxígeno, collar de perlas y aros de brillantes. “Qué paqueta”, apunté. Imposible no involucrarse mientras trataba de hacer una síntesis parental con Martita en la mesa.
“Esos aros se los regaló el Tío Chicho, su marido, cuando cumplieron las bodas de oro” , me dijo su sobrina y responsable de sacarla del geriátrico por unas horas.
De repente, Martita desapareció y las luces del salón se bajaron y comenzaron a sonar los acordes de una música entre celestial y romántica, en medio de una nube de humo, Sofía, la homenajeada y su padre entraban como novios chocando las narices. Mientras su madre sus hermanos y abuelos lloraban desconsoladamente ante esa escena digna de Franco Zeffirelli en Romeo y Julieta.
No lo pude evitar y también me emocioné.
” Menos mal que me puse el make up water proof.”, me susurró la blonda alisada que tenía a mi lado.
Por suerte la alegría del vals no tardó en aparecer. Salir del trance lacrimógeno,
¡Comer de una vez!
Deseo cumplido por una horda de mozos que arribaron con bandejas de canapés y calentitos y mi impulso casi obsesivo en la mesa de quesos y en la de sushi, donde un cisne tallado en hielo rodeaba los rolls y casi, lo tiró de un codazo.
Me llevé todo lo que puedo en un plato con una copa champagne en la mano, mientras, anunciaban otra ¿grata sorpresa?
La luz bajó nuevamente y sobre una pantalla gigante, el homenaje familiar y un vídeo con los primeros momento en la vida de Sofía.
Y yo ¡con la boca llena de entremeses!
La película avanzaba por varias escenas de la ahora adolescente. Desde la panza de su madre, gateando, sus primeros pasos, el primer diente, en el kinder y la canción del Sapo Pepe que no paraba de sonar ni por un minuto.
De pronto, la música se cortó y pasó a otro estadio. Otra filmación de una fiesta familiar, mostraba a la pequeñita Sofía de un año bailaba desaforada. Tras escena, un hombre, cantando a capella El Día que me quieras a su mujer. Era el Tío Chicho en las Bodas de Oro. Situación que produjo un aire de tristeza en la sala. Miré perpleja a la Tía Berta, que no sé si estaba azul porque le faltaba el aire o si por el reflejo de las bolas de luces que justo le pegaban en la cara. Me distraje y no sé cómo siguió la película, mientras trataba de sacarme un pedazo de alga Nori entre los dientes.
Alguien atinadamente, agarró el micrófono y nos pidió a todos que nos ubicáramos nuevamente en las mesas.
Pude oler a la distancia las crêpes de langostinos que pronto estarían en mi plato.
Miré el reloj y era casi la medianoche.
¿Cuándo empezará el baile? ¿Habrá Carnaval Carioca? ¿Será necesario? , me preguntaba.
Toda esperanza se diluyó, cuando Sofía irrumpió con el deseo de leer una carta a sus padres y declararles su amor incondicional.
Padres y hermanos , desconsolados por las palabras de “su princesita" Traté de no involucrarme en tanta tragedia y devoré la entrada y al toque, los medallones de lomo con verduras grilladas. Crujientes, dorados. ¡Wow!
En el mismo minuto que intenté meter un bocado en mi boca, un ejército de niñas, compañeras de Sofía del colegio, prontas a ofrecerles una coreografía. Al finalizar leyeron un mensaje de salutación de la Hermana rectora.
Sofía lloraba a mares. Su madre, también.
Ya en el postre, una fila de velitas avanzaba en manos de unos niños con sus padres con deseos para la chica y sus parientes.
Habrán pasado aproximadamente cinco horas desde el comienzo del evento, mis pies presos en los zapatos de fiesta, pedían estar descalzos y mi desolación, otra copita.
Lo miré a mi marido, me miró y ajenos a ese duelo de Valquirias, nos fuimos en punta de pie, antes de que llegara el café.