viernes, 22 de abril de 2011

Posdata: Mi gata ha muerto

Apareció una noche de diciembre, detrás de mi puerta. Con apenas unos días de vida, blanca, negra y pequeña. Desde entonces, convivimos.
Murío hace dos semanas y casi de repente, no llegó a declararse un tumor en el páncreas. Tal vez intuyó que no había salida y dejó de comer y beber y se entregó a sus once años.
Asi son los gatos, dicen.
Con ella aprendí que el amor por las mascostas no es ridículo y kitch como siempre creí. Realmente, pude comprobar que los animales pueden despertar sentimientos muy profundos y comprometidos, más allá de los hijos, la pareja, etc.
Tal vez por la vulnerabilidad de un ser pequeño, indefenso, incondicional y desprejuiciado, pero no.
Comprobé que hay una energía de amor recíproca, que hay cierta conciencia en los animales, porque pueden traspasar el umbral del dolor o la tristeza con sólo levantar su patita.
Charles Darwin aseguró que los animales " inferiores" - me niego a utilizar esta calificación con mi gata - sienten placer y dolor, como el hombre. También felicidad y miseria.
No la voy a humanizar porque no hace falta, pero sí enaltecer su paso por mi vida.
Ofrecerle un Réquiem para su alma y grabar en el bronce de los recuerdos:
"Compañera fiel de mis mejores momentos. Testigo silenciosa de todos mis pecados. Gracias. Fue un placer conocerte y más aún, estar contigo"